Parece absolutamente increíble que una muchacha de apenas diecinueve años fuese capaz de escribir una novela como Frankenstein o el moderno Prometeo, que se ha convertido por derecho propio en un clásico de la literatura occidental. Y sin embargo, esa era la edad que tenía Mary W. Shelley cuando, mientras pasaba una agradable estancia en Suiza en la casa de Lord Byron, acompañada de su esposo, el famoso poeta Percy Bysshe Shelley, concibió esta historia como respuesta al desafío propuesto por Byron de escribir cada uno de ellos una historia de miedo. Curiosamente, mientras los consagrados poetas se olvidaron pronto del reto, la inexperta jovencita se aplicó con tesón a la tarea, y vaya si lo logró.
Y es que desde entonces el mito del monstruo de Frankenstein no ha hecho sino aumentar, si bien es cierto que las numerosas recreaciones cinematográficas llevadas a cabo durante el siglo XX, especialmente las primeras propiciadas por la Universal y con el gran Boris Karloff interpretando el monstruo, han consagrado una concepción de la historia, con un científico loco y un monstruo sin habla y sin capacidad de raciocinio, que poco tienen que ver con los personajes ideados por Mary W. Shelley. En ese sentido es mucho más recomendable por su extraordinaria fidelidad al original literario la adaptación llevada a cabo en fecha más reciente por Kenneth Brannagh titulada Frankenstein de Mary Shelley.
Por eso precisamente es más que recomendable volver a la fuente original y leer la novela. Para empezar subsanaremos así un error muy comúnmente extendido como es el de llamar Frankenstein al monstruo (que en realidad no tiene nombre), cuando ese es el nombre de su creador. Y más importante aún, nos encontraremos con una historia que, más allá de los conocidos matices de horror, trata varios temas muy en consonancia con la época del Romanticismo europeo en la que fue escrita: el conflicto entre el ansia de saber del hombre y las leyes de la naturaleza representadas tanto en Víctor Frankenstein como en el expedicionario capitán Walton; el problema de los prejuicios del ser humano sobre las apariencias externas, que tiene que sufrir en propias carnes el monstruo; el debate filosófico del bien o el mal como algo que se trae de nacimiento o que se adquiere al contacto con la sociedad… etc.
En definitiva, una obra que para muchos quizá sea la primera obra de ciencia ficción en sentido estricto y que por eso y por muchos motivos más es de obligada lectura.
Mary W. Shelley