Si hay un escritor en la historia de la literatura española con capacidad de evocar, de sugerir con sus palabras mucho más de los que estas dicen en su sentido literal, ese es desde luego Gustavo Adolfo Bécquer. Lo hace en verso con sus archiconocidas Rimas (que ya recomendamos en esta sección hace tiempo) y lo hace en prosa con sus maravillosas Leyendas. Y es que Bécquer fue toda su vida ante todo poeta, e incluso cuando trabajaba en una de sus leyendas lo hacía como un poeta, es decir, pensando y reflexionando hasta el límite cada palabra. De ahí que las Leyendas estén escritas en la mejor prosa poética, antecedente directo de la que luego cultivarían en el Modernismo Valle-Inclán en las Sonatas o Juan Ramón Jiménez en Platero y yo.
En las Leyendas se perciben perfectamente las principales características de la personalidad del poeta sevillano (al estilo de lo que ocurre con Edgar Allan Poe y su Narraciones fantásticas, no por casualidad consideradas habitualmente como un antecedente directo de Bécquer), esa hipersensibilidad enfermiza, esa obsesión por lo inalcanzable, especialmente por el amor y las mujeres inalcanzables, esas mismas amadas que caprichosas que acaban propiciando la desgracia de su enamorado, ese gusto por las tradiciones antiguas, por el folklore más lleno de supersticiones, donde el mundo de los vivos, el de los muertos e incluso el de los sueños se dan la mano. Todos estos elementos y muchos más se repiten una y otra vez en sus mejores leyendas como Maese Pérez el organista, El miserere, La cruz del diablo o las que constituyen mis tres favoritas: El beso, El rayo de luna y la insuperable El monte de las ánimas.
La mayoría hemos leído las Leyendas (o al menos alguna de ellas) en alguna etapa escolar. Pero tanto si es así como si se trata de alguien que nunca ha tenido esa suerte, nunca está de más acercarse a ellas a cualquier edad, releerlas, redescubrirlas. Y es que pocas lecturas hay que se disfruten tanto mientras se están leyendo y que te dejen luego un poso tan duradero tan permanente, que te tienen varios días dándole vueltas a cada una de las historias o casos, ya que en último término cada uno de ellos constituye una suerte de Expediente X hispano del siglo XIX.
Gustavo Adolfo Bécquer