Tengo que reconocer que, a diferencia del proceso que suele seguirse en estos casos, que es el de leerse primero un libro y luego ver la adaptación cinematográfica del mismo (y que suele ir seguido del conocido tópico de “pues me gustó más el libro”…), en mi caso yo llegué hace muchos años a Drácula, la novela, a través de Drácula de Bram Stoker, la película de Francis Ford Coppola, de la que soy un gran fan. Este proceso hizo que en mi caso la opinión fuese en un primer momento “pues me gustó más la peli”. Sin embargo, con el paso de los años y la madurez esta opinión ha ido revirtiéndose poco a poco hasta el día de hoy en que tengo a Bram Stoker por uno de los escritores más infravalorados de la historia de la literatura universal.
Y es que el irlandés Abraham “Bram” Stoker (1847-1912) llevó a cabo una intensa labor como novelista, con obras tan interesantes como La joya de las siete estrellas (1903) o La dama del sudario (1909), y como cuentista con relatos cortos tan conseguidos como El entierro de las ratas o El secreto del oro creciente. Aunque desde luego ninguna de sus otras obras es comparable al éxito que le haría pasar a la posteridad: Drácula (1897), la novela definitiva sobre vampirismo, que convertiría a su protagonista en un mito literario universal, como Hamlet, Don Quijote, o el monstruo de Frankenstein.
Y precisamente con este último comparte el personaje del Conde transilvano la desgracia de haber sido deformado sistemáticamente a lo largo del siglo XX y XXI por las numerosísimas versiones cinematográficas que han ido simplificando cada vez más su retrato, distanciándolo de la profunda y compleja caracterización que hizo Stoker del mismo en su novela hasta convertirlo simplemente en un monstruo grotesco, o lo que es aún mucho peor, en un lánguido e inofensivo héroe romántico adolescente y reflectante (por culpa de la petarda que perpetró y se forró con la saga Crepúsculo, o como yo prefiero llamarla, la saga “Escrúpulo”…).
Por eso, no está de más volver a acercarse a esta novela “adulta” sobre vampiros que el mismo Oscar Wilde (escritor irlandés también, e injustamente mucho mejor considerado críticamente que Stoker) consideró no sólo la obra de terror mejor escrita de todos los tiempos, sino incluso la novela más hermosa jamás escrita. Tal vez exagerara por ser ambos buenos amigos, pero sí que es cierto que es una novela con muchísima más calidad literaria de lo que la gente cree. Escrita aunque mucha gente no lo sepa en modo epistolar, como una recopilación de supuestos textos manuscritos como cartas de los protagonistas, diarios, cuadernos de bitácora, noticias de periódicos… etc., el autor consiguió dotarla de una gran cohesión y coherencia para contar a lo largo de casi quinientas páginas vibrantes la historia del inmortal señor de las tinieblas que ha inquietado a millones de lectores durante más de un siglo y seguirá haciéndolo durante mucho tiempo más… si el cine no termina haciendo una versión Disney de él.
Abraham “Bram” Stoker