En un año como este era imposible que alguna semana no recomendáramos el clásico del poeta onubense Juan Ramón Jiménez. Y es que, por si alguno no se había enterado a estas alturas, se cumple ahora el primer centenario de la publicación de Platero y yo (1914), el librito con el que el nombre de Juan Ramón quedó indisolublemente ligado al del tierno burrito moguereño, y que le reportó mucha más fama universal que cualquiera de sus libros de poemas. De hecho, casi todos hemos tenido que leerlo en las primeras etapas educativas y lo tenemos catalogado como un clásico de la literatura infantil. Precisamente por eso no estaría de más una relectura en la que más de uno descubriría que esa imagen preconcebida no puede estar más lejos de la realidad.
Como el propio poeta explica en el prólogo de la segunda edición, él no escribió Platero para los niños, sino que fueron los niños los que se apropiaron de Platero. Y es que la parte infantil de la obra se reduce a la famosa descripción de Platero, de una ternura maravillosa. Pero el resto de la obra no es tan apta para niños. En realidad lo que Juan Ramón hace en la obra es captar a través de una maravillosa prosa poética distintas estampas de la vida rural del pueblo de Moguer. En ese sentido utiliza a su burrito no sólo como compañero de paseos y juegos, sino especialmente como interlocutor al que poder ir contándole las sensaciones que le producen esas estampas a las que hemos aludido, algunas más tiernas como los niños que corren siguiendo al poeta y su animal, pero otras mucho más crueles y tétricas como el guarda que dispara y mata a un perro vagabundo, o la muerte de una niña pequeña del pueblo.
Pero desde luego, más allá de la afortunada creación literaria del burrito, el principal mérito de la obra está en la maravillosa prosa poética que consigue desplegar Juan Ramón en las poquitas páginas que componen el libro, que supone la cima de este género en el modernismo español, solo comparable a la de las Sonatas de Valle-Inclán.
Juan Ramón Jiménez