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Jueves, 02 Mayo 2013 21:56

El misterio de la cripta embrujada

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Cuando en 1979 el escritor barcelonés Eduardo Mendoza publica su segunda novela, El misterio de la cripta embrujada, casi se podría decir que estaba creando un nuevo género literario: la novela de detectives paródica. Y es que si resumimos su argumento sin profundizar mucho en los detalles parecería una simple novela de detectives más: en un colegio de monjas para niñas internas, una de las alumnas de catorce años desaparece sin dejar rastro y el caso le es asignado a un “detective” ocasional, al que un inspector de policía recurre en ciertas ocasiones por ciertas cualidades innatas para la investigación que aquel posee. Hasta aquí casi parecería un caso más de Sherlock Holmes. Pero si explicamos que ese “detective” es un loco al que sacan temporalmente del manicomio y que esas cualidades innatas son su facilidad para moverse por los bajos fondos de la ciudad de Barcelona sin prácticamente recursos, comprenderemos que ya no estamos ante una simple novela de detectives sino ante una obra genial que precisamente subvierte casi todos los tópicos de ese género literario.

Y es que la principal baza de la novela es este personaje sin nombre, que además ejerce de narrador con una manera muy peculiar de expresarse, y que es un pícaro moderno con el que simpatizamos rápidamente. De hecho, durante toda la novela tenemos la duda de si está loco de verdad o si simplemente se lo hace porque le conviene. Sea como fuere, la novela está llena de momentos hilarantes como el partido de fútbol en el manicomio con el que se abre la narración y detalles geniales como la afición de este personaje a la coca-cola, el que se presente siempre con el nombre de Sugrañes (que es el de su doctor en el manicomio), y sobre todo el hecho de que le saquen del manicomio justo después de jugar ese partido de fútbol y el pobre hombre se pase toda la narración intentando darse una ducha para quitarse el mal olor.

El mundo que creara Eduardo Mendoza en El misterio de la cripta embrujada ha tenido su continuidad con El laberinto de las aceitunas (1982), La aventura del tocador de señoras (2001) y El enredo de la bolsa y la vida (2012), en las cuales se siguen las andanzas del detective anónimo, pero en ninguna de ellas ha logrado alcanzar la genialidad de la primera entrega, que es hoy por hoy un clásico de la novela española de la segunda mitad del siglo XX.

Eduardo Mendoza, AECL

Eduardo Mendoza

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