Prácticamente cada campo literario tiene su propio circuito de concursos y galardones. Los poetas, los narradores, los cuentistas, los escritores de micro-relatos… todos pueden aspirar a premios con los que dar un impulso a sus carreras enviando sus manuscritos al premio que más se les ajuste. 

Hay, además del género literario en el que se escribe, la oportunidad de elegir los premios en función del tipo de público al que van dirigidas las obras. De esta forma tenemos premios de literatura en formato digital para un público informatizado; premios que respaldan la literatura de una determinada zona geográfica –de este tipo serían los galardones dados a obras propias de cada comunidad autónoma, como por ejemplo, el Premio Esquío de Poesía, para la literatura escrita en gallego y activo hasta 2008–; por su parte los autores de obras pías y sensibilidad religiosa pueden optar al Concurso Literario Católico de Historias Cortas, organizado por la editorial Vita Brevis mientras que los interesados en las obras para adultos tienen, o tenían, La sonrisa vertical. El espectro de posibilidades es prácticamente inabarcable, por lo que ningún autor se queda sin la posibilidad de competir.

Todos estos campos tienen premios que o bien ya han sido reseñados o están en el telar, y todos son igualmente atractivos. Esta entrada, sin embargo, no viene para dar noticia concreta de ninguno de ellos –con fechas, cantidades de dinero y bases de concurso–, sino a mencionar la relevancia que tiene un determinado tipo: hablamos de los premios dedicados a la literatura infantil. Es interesante ver el impulso que un premio literario ejerce en una literatura que sirve tanto para el disfrute del niño –el lector– como herramienta para el maestro. Un libro dedicado a un público infantil no es solamente un libro de lectura, digamos, recreativa, pues en muchos casos las primeras experiencias de aprendizaje pasan por el contacto con una de estas obras. En la ficción narrada se encierran los primeros contactos que el joven lector va a tener con el mundo que le rodea, la adquisición de sus primeros conocimientos. En el contexto de la comprensión lectora, poco puede hacerse con nuestro alumnado si la lectura no comienza a estimularse en la población más joven. Y si a esta función formativa se le añade la educativa –estos libros a menudo son vehículo de valores humanos fundamentales– tenemos en esta literatura infantil uno de los pilares de la enseñanza.

No extraña, por lo tanto, que haya buenos y sustanciosos premios para este género de autores. Como botón de muestra no puede dejar de mencionarse la XXV edición del premio Ala Delta (Edelvives) o la XXXVI edición del premio Barco de Vapor –con sendas colecciones hemos crecido muchos de nosotros–, que llevan varias décadas a sus espaldas y que cada año vuelven con renovadas fuerzas. No menos activo es el Premio Edebé de Literatura Infantil y Juvenil, que celebra en 2013-14 su XXI convocatoria y que actualmente está a la espera del fallo de jurado. Menos conocidos, quizá, sean el Premi de Literatura Infantil «Atrapallibres», el Premio La Brújula o el Premio Príncipe Preguntón, dedicado este último a la creación de poesía infantil. Todos ellos forman parte de una extensa red de concursos de los que la literatura infantil puede beneficiarse, pues al fin y al cabo, estos premios no solo permiten que los escritores no abandonen su labor creadora, también facilitan la publicación y la distribución de los textos, todo con el fin de que nuestros niños sigan creciendo a través de la lectura.