Jorge Luis Borges adoraba sus estancias en L'Hôtel (París), incluso llegó a manifestar que le gustaría morir allí como Oscar Wilde.
Leyó primero el Quijote en inglés y al leerlo en español le pareció «una mala traducción».
Arturo Pérez-Reverte lo tachó de snob (lo que traduce como gilipollas) por considerarlo un desagradecido a la lengua castellana.
Cuenta Marco Denevi: «un amigo mío conducía del brazo por la calle a un Borges ya ciego, y a su pedido, le lee lo que dice un afiche con consignas nacionalistas: “Dios, familia y propiedad”. Borges entonces murmura: “caramba, qué tres incomodidades”».
Se dice que estando Borges en una de esas firmas de ejemplares en una librería de Argentina, un joven se acercó con Ficciones y le dijo: «maestro, usted es inmortal». A lo que Borges le contestó: «Vamos, hombre. No hay por qué ser tan pesimista».
Roma, 1981. Conferencia de prensa en un hotel de la Via Veneto. Además de periodistas, están presentes Bernardo Bertolucci y Franco María Ricci. Borges, inspirado, destila ingenio. Llega la última pregunta. «¿A qué atribuye que todavía no le hayan otorgado el Premio Nobel de Literatura?» - «A la sabiduría sueca».
El argentino regresó a Ginebra en 1985, por última vez, sin despedirse de sus seres queridos en su país natal. Antes de ello reescribió su testamento y luego contrajo matrimonio con María Komana.
Entrevista RTVE Jorge Luis Borges