Esta semana traemos a esta sección al gran maestro de la novela histórica moderna, especialmente la de temática romana: Robert Graves y su Yo, Claudio. Publicada en 1934 con un éxito arrollador y a la que seguiría en el mismo año su continuación Claudio el dios y su esposa Mesalina (sin duda inferior) ha sido desde entonces el modelo a seguir por casi todos los novelistas posteriores que han abordado el imperio romano. También fue muy famosa la adaptación para la televisión hecha a finales de los setenta por la BBC, serie que sigue siendo también un clásico.
En Yo, Claudio el autor nos cuenta la historia de la dinastía de emperadores romanos pertenecientes a la familia Julio-Claudia (Augusto, Tiberio, Calígula y el propio Claudio) haciendo gala de un enorme talento para hacer la narración amena. Y es que por sus alrededor de quinientas páginas asistimos a un apasionante mundo de intrigas palaciegas, amoríos, acusaciones falsas y condenas a muerte o destierro con el que unos a otros a lo largo de los años se van eliminando todos los posibles candidatos a ser emperador hasta que sólo queda en pie el único que nunca tuvo esa aspiración: Clau-Claudio, el tartamudo y tullido.
Robert Graves
Relatada en primera persona por el propio protagonista, probablemente el mayor acierto de Graves a la hora de concebir su novela fuese el darse cuenta de que el narrador ideal para la misma era precisamente Claudio por su condición de único miembro de la familia imperial marginado por casi todos que le consideran un tonto, generalmente despreciado y casi siempre olvidado. Todo esto convierte a Claudio en el testigo perfecto de casi cincuenta años de la vida de la familia imperial, ya que para los demás es casi invisible, e incluso él mismo (mucho más listo de lo que todos piensan) se encarga de fomentar la imagen que los demás tienen de él en cuanto cobra conciencia de que será su única forma de sobrevivir en un mundo tan despiadado y sanguinario como es el de su propia familia.
De este modo, y a través de la visión subjetiva de Claudio se nos presentan personajes buenos y admirables (los menos…) como su hermano mayor, el heroico Germánico, personajes ruines como Tiberio, e incluso algunos sencillamente locos como Calígula. Aunque la mala de la función es, sin duda, la emperatriz Livia, la esposa de Augusto al que manipula como a una marioneta, y que es en último término quien está detrás de todas las intrigas palaciegas.
En definitiva, una novela apasionante que te enganchará desde la primera página, y que te convertirá en fan de la novela de romanos para siempre.