Desde que en 1986 el director francés Jean Jacques Annaud llevara a cabo la maravillosa adaptación cinematográfica de la novela El nombre de la rosa (1980) del escritor italiano Umberto Eco, es imposible pensar en el personaje de fray Guillermo de Baskerville sin que éste tenga los rasgos del actor escocés Sean Connery, vestido con su hábito franciscano y seguido por su fiel aprendiz Adso de Melk (con la cara de "empanao" de Christian Slater). Lo curioso es que la descripción física de fray Guillermo proporcionada al comienzo de la novela no puede ser más alejada de la imagen de Connery. Es sólo una de las numerosas diferencias entre la película (una muy buena adaptación a pesar de todo) y la novela, que una vez más cumple el manido tópico: es mucho mejor que la película.
Y es que a lo largo de sus alrededor de 800 páginas (sí, he dicho 800, pero no hay que desanimarse porque se pasan volando…) Umberto Eco nos presenta una maravillosa trama detectivesca en torno a un libro escondido en una abadía medieval, un libro que provoca la muerte a todo el que lo lee, ya que hay alguien que no quiere que su contenido sea divulgado. A esta abadía llegan fray Guillermo y Adso para asistir a un importante concilio, y el carácter del primero hará que no pueda evitar meterse de lleno a investigar esos extraños sucesos a pesar de las numerosas trabas que le ponen los responsables de la abadía… y como diría Mayra Gómez Kemp: “Hasta aquí puedo leer”.
Pero El nombre de la rosa es mucho más. Porque mientras va desenredando esta trama, el gran profesor de semiótica boloñés aprovecha para hacer un impresionante fresco histórico de la época tardomedieval con sus disputas entre órdenes religiosas, las numerosas escisiones consideradas en su momento herejías, la amenaza constante de la Santa Inquisición, la pobreza extrema y, sobre todo, con los primeros pioneros de lo que más tarde sería el humanismo, encarnado en la defensa de lo racional que personifica el propio fray Guillermo.
En definitiva, Eco creó un subgénero novelesco, consistente en la fusión perfecta entre novela de detectives y novela histórica, que desde entonces ha sido imitado y explotado hasta la saciedad. Aunque también es verdad que el propio autor no ha conseguido nunca reproducir un éxito similar al conseguido con su primera novela.
Por cierto, la imagen espectral del malo en la película de Annaud también se ha convertido por derecho propio en una de las más icónicas de todos los malos de la historia del cine…
Umberto Eco