La casa de Bernarda Alba probablemente sea la obra de teatro más popular a nivel nacional de la literatura española junto con Don Juan Tenorio y es, desde luego, la que más ha cautivado al público internacional desde que se representase por primera vez en 1945 en Buenos Aires, nueve años después de la trágica muerte de su autor. Y es que con ella Lorca culminó la construcción de ese mundo que se ha denominado “lorquiano”, que había ido presentando desde sus primeros libros de poesía, el Romancero gitano y el Poema del cante jondo, hasta sus dos conocidas tragedias rurales, Bodas de sangre y Yerma. Ese mundo rural lleno de elementos folklóricos como las nanas, el mundo gitano, pero también de elementos tétricos como la violencia sanguinaria de los cuchillos, el concepto de la honra que se lava con sangre, las viudas enlutadas y enterradas en vida, la esterilidad… etc, constituye sin duda la parte más popular de su obra.
Pero, sobre todo, La casa de Bernarda Alba es el drama del “qué dirán”. Así, la obra nos presenta un hogar lleno de mujeres (Bernarda, su madre senil María Josefa, sus cinco hijas, su criada “la Poncia”…) sometidas a la férrea autoridad de la matriarca, Bernarda, quien, tras la reciente muerte de su marido dictamina que se encerrarán en casa a cumplir un luto de ocho años. Pero la aparente paz reinante en la casa saltará por los aires con la aparición de un hombre Pepe “El romano”, en torno al cual se declarará una auténtica guerra entre tres de las hermanas: Angustias, la mayor y por eso mismo prometida de “El romano”, Adela, la menor y amante secreta de éste y Martirio, que no tiene ni lo uno ni lo otro de "El romano" y que por eso se muere de la envidia. El enfrentamiento cada vez más abierto y feroz entre las tres hermanas (especialmente entre las dos últimas) acabará deparando un violento y trágico final.
Con esta obra Lorca llevó a la culminación su dominio de la técnica dramática, creando un drama de mujeres lleno de simbología y de matices, brillante tanto por las palabras que se dicen como por las que se callan.
Federico García Lorca