En la suerte literaria del escritor japonés Yasunari Kawabata (Osaka, 1899-1971) se da la paradoja de que, a pesar de obtener el premio Nobel de literatura en 1968, su obra ha sido durante muchos años prácticamente desconocida u olvidada en el mundo occidental, muy lejos desde luego del prestigio de otros autores japoneses como su amigo y discípulo Yukio Mishima o de un escritor más actual como Haruki Murakami, cuyos volúmenes se pueden encontrar en cualquier librería, a diferencia de lo que sucedía con la obra de Kawabata. Sin embargo, desde que en 2004 García Márquez sacara su última novela, Historia de mis putas tristes, anunciara a los cuatro vientos que estaba inspirada en La casa de las bellas durmientes de Kawabata y confesara su admiración por esta (muy superior a la “versión” de García Márquez) la obra del novelista de Osaka, y especialmente la novela que hoy nos ocupa, han sido rescatadas del semiolvido en el que se encontraban durmiendo el sueño de los justos.
El argumento de la novela es ciertamente curioso: el anciano Eguchi, de sesenta y siete años, visita una especie de burdel secreto regentado por una desagradable mujer. Pero no se trata de un burdel normal sino de un lugar en el que se ofrece algo muy particular. En él los ancianos que lo visitan pasan la noche con bellas jóvenes vírgenes narcotizadas, pero sólo les está permitido dormir a su lado sin contacto sexual y sin intentar despertarlas. Lo único que buscan allí es el placer de yacer junto a un cuerpo joven y bello ya en la etapa final de sus vidas. Así en sucesivas noches el anciano Eguchi mientras admira la belleza del cuerpo que tiene al lado irá rememorando sus relaciones con las mujeres de su vida: madre, esposa, amante, hijas…
Aparte de este argumento ya a priori tan sugestivo los principales atractivos de la novela son la belleza de la prosa de Kawabata, y su capacidad para crear un ambiente perturbador y casi irreal que deja al lector con sensaciones encontradas, sin saber muy bien qué opinar del protagonista, dada la sorprendente frialdad de su carácter. Especialmente para el lector occidental adentrarse en esta novela supone introducirse en una cultura completamente alejada de la suya, que no logra comprender del todo y que por eso mismo le causa extrañeza y atracción a un tiempo.
En definitiva, La casa de las bellas durmientes es una novela, que no destaca por contar una historia en la que pasen muchísimas cosas, con una acción trepidante ni que se lea fácilmente. Es más bien todo lo contrario, una novela que exige un esfuerzo cognitivo y en la que se sugiere más de lo que se cuenta. Pero tampoco se parece a nada que haya uno leído con anterioridad y la experiencia merece sin duda la pena.
Yasunari Kawabata