La casa de los siete tejados, escrita en 1851 por uno de los más grandes narradores norteamericanos del siglo XIX, Nathaniel Hawthorne, un año después de su exitosa La letra escarlata, es la historia de un pecado y de la culpa que éste produce en sucesivas generaciones de una misma familia a lo largo de casi un siglo y medio. Ese pecado de sangre viene motivado por el intento de usurpación por parte del viejo Coronel Pyncheon de un terreno sobre el cual Mathew Maule había construido su cabaña. Para conseguir la posesión de dicho terreno el coronel acusa a Maule de brujería y consigue que sea condenado y ejecutado por ese delito. Pero, justo antes de morir, Mathew Maule desde el cadalso pronuncia una profecía dirigida al Coronel, “-¡Dios, Dios le dará a beber sangre!” (pág. 59).
El Coronel pasa a ser el poseedor de ese terreno sobre el que decide edificar la casa de los siete tejados, trabajo del que se hace cargo el propio hijo de Maule, Thomas Maule. Pero el día de la inauguración de la casa el coronel aparece muerto, a causa de una apoplejía según diagnostican los médicos, ahogado en su propia sangre, tal como constatan todos los invitados a la fiesta. A partir de entonces la profecía del viejo Maule se convierte en una maldición que perseguirá a todos los Pyncheon propietarios de la casa a lo largo de varias generaciones hasta el momento en el que tiene lugar la acción, casi un siglo y medio más tarde. A lo largo de la novela vamos siendo informados de cómo durante esos años los Pyncheon han sufrido una paulatina decadencia, provocada por una serie de pugnas violentas con los Maules y entre ellos mismos por la posesión de la casa. Sólo cuando Pyncheons y Maules se reconcilien y decidan abandonar para siempre la casa de los siete tejados terminará para siempre la maldición del viejo Maule.
A pesar de haberse visto eclipsada ya desde el mismo momento de su publicación por el éxito de su antecesora (La letra escarlata), La casa de los siete tejados es una novela que resiste muy bien el paso del tiempo y que se lee todavía con gran amenidad, algo a lo que ayudan por supuesto las maldiciones sangrientas y las apariciones de espíritus que pululan a lo largo y ancho de la trama. Es en nuestra opinión una obra que merece ser rescatada del semiolvido en el que ha caído con el paso del tiempo y redescubierta por una nueva generación de lectores.
Nathaniel Hawthorne