El escritor barcelonés Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003) supone uno de esos casos en los que toda una brillante carrera literaria se ve eclipsada por la creación de un personaje que aunque le dé fama, al pertenecer a un género considerado menor, como el de detectives, parece encasillar y restarle mérito literario a su autor. En el caso de Vázquez Montalbán, ese personaje que le ha hecho sombra al resto de su obra es el detective Pepe Carvalho creado por él en 1972. De este modo magníficas novelas como O César o nada (1998) o Eric y Enide (2002) se han visto postergadas por la fama del detective. Aunque tal vez el caso más sangrante sea el de la que en nuestra opinión es su obra cumbre, Galíndez (1991).
Esta magnífica novela, que fue Premio Nacional de Narrativa y Premio Literario Europeo, nos presenta a una estudiante universitaria norteamericana que decide hacer su tesis doctoral sobre el caso real de Jesús Galíndez, representante del Gobierno vasco en el exilio ante el Departamento de Estado norteamericano, que en 1956 fue secuestrado, torturado y asesinado sin que llegase nunca a esclarecerse tan oscuro y dramático episodio. La reconstrucción que va haciendo la muchacha nos va llevando por los lugares por los que transitó el propio Galíndez, desde el País Vasco hasta la República Dominicana y Nueva York y nos va permitiendo adentrarnos en la personalidad de un ser tan complejo y ambiguo, capaz de arrimarse a la sombra de los poderosos, como el dictador Trujillo, para luego desafiarlos abiertamente. Esta actitud es la que le generará filias y fobias y la que le acarreará tan trágico final. Todo esto lo iremos descubriendo a través de la investigación de la universitaria, quien a medida que se vaya acercando más y más a la verdad y vaya removiendo asuntos del pasado incómodos para muchos irá siendo objeto de presiones y amenazas para que abandone, si no quiere acabar tan mal como el propio Galíndez.
El principal fuerte de la Galíndez es la capacidad de Vázquez Montalbán para imprimir un ritmo narrativo tremendo, que nunca decae y que se va haciendo cada vez más tenso, de manera que el lector va percibiendo el peligro constante que amenaza primero a Galíndez y luego a la propia muchacha. Además, destaca la creación de algunos personajes secundarios magníficos, de esos que no se diluyen fácilmente en la memoria, como en especial el de un anciano caribeño, que empieza la novela pareciendo ser un eso, un simple e inofensivo anciano para acabar descubriéndose como un… y hasta ahí puedo leer.
Manuel Vázquez Montalbán