No cabe duda de que Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) es hoy día uno de los novelistas españoles contemporáneos más prestigiosos y respetados, además de ser muy conocido gracias a su matrimonio con la también escritora Elvira Lindo, y por ser uno de los miembros más jóvenes de la Real Academia de la Lengua Española. Gran parte de ese enorme prestigio empezó a labrárselo en 1987 con la publicación de su segunda novela El invierno en Lisboa, que fue galardonada con el Premio de la Crítica y sobre todo con el Premio Nacional de Literatura en 1988.
Esta novela nos presenta la historia del triángulo amatorio entre el pianista de jazz Santiago Biralbo, la bella Lucrecia de la que se enamora perdidamente y el marido de esta, Bruce Malcolm. El narrador, otro personaje sin nombre conocido del pianista, nos cuenta en retrospectiva la historia de los tres personajes tal como se la contó a él el propio Biralbo. Y el relato de este personaje nos va introduciendo poco a poco en un mundo muy cercano al del cine negro americano, con antros de jazz como el Lady Bird, con músicos como Biralbo o el trompetista Billy Swann, con femmes fatales como Lucrecia o mafiosos como Malcolm o su socio Toussaints Morton, siempre acompañado de su impávida secretaria. En ese mundo asistiremos a una huida por parte de Lucrecia, quien es perseguida por su marido y su socio hasta Lisboa, mientras nos enteramos de que para complicar la trama hay un cadáver y un valiosísimo cuadro de Cézanne que ha desaparecido. Y como suele ser habitual en estas historias, el bueno de Biralbo está en medio de todo el embrollo siendo en siempre el último en enterarse de todo.
En definitiva, en El invierno en Lisboa está ya perfectamente desarrollado ese estilo característico de narrar que tiene Muñoz Molina, con esas tramas enrevesadas y morosas por momentos, en las que a veces no sabe uno a dónde conduce la historia, pero que, sin embargo, al final siempre llegan a buen puerto, todo encaja a la perfección y te dejan durante varios días pensando en ellas con un regusto agridulce…
Antonio Muñoz Molina