La mayoría de las tragedias de Shakespeare suelen suponer una especie de estudio definitivo sobre un tema o un concepto. Hamlet es la tragedia de la venganza, Macbeth de la ambición por el poder y Romeo y Julieta lo es de los amores imposibles, por poner tal vez los tres ejemplos más conocidos. La que hoy recomendamos aquí ha quedado injustamente un poco ensombrecida por la fama de las que acabamos de mencionar. Y es que Otelo es sin lugar a dudas la obra definitiva sobre el demonio de los celos.
La obra, ambientada en la República de Venecia, nos presenta a un general mercenario “moro”, Otelo, que está al frente de los ejércitos venecianos y que es respetado y admirado por todos por su talento militar. Éste se encuentra al comienzo de la obra en el culmen de su dicha ya que, además de su inmejorable posición política, acaba de contraer nupcias con su bellísima amada Desdémona. Sin embargo, sin él ser consciente ha ultrajado a su alférez Iago, al nombrar a Casio como su lugarteniente en lugar de a aquel. Este hecho será el desencadenante de la tragedia al despertar en Iago una terrible ansia de venganza contra el “moro”, a la que aquel dará salida a través de un elaborado plan para que Otelo acabe perdiéndolo todo por culpa de los celos.
No cabe duda de que, como decíamos al principio, el tema fundamental de la obra son los celos, sobre todo los amorosos, y que Otelo ha pasado a la cultura occidental como paradigma del hombre celoso. Pero no es menos cierto, que en un nivel más profundo y sutil, psicológicamente hablando, el verdadero tema de la obra son los celos que siente Iago de su jefe. Éste no puede soportar la fama de Otelo ni su éxito tanto en la guerra como en el amor. Siente celos de aquel por haber conseguido a la bella Desdémona y siente celos porque sospecha de manera infundada que su propia mujer se le ha entregado. Y se siente tan mal por esos celos que decide vengarse de Otelo haciéndole sufrir su misma tortura. Y es que Iago es uno de los personajes más ricos, sutiles y complejos de la historia de la literatura. Un malo malísimo, sibilino y rastrero, pero con más capas que una cebolla… que diría Shrek.
William Shakespeare