Recomendar al gran Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva, 1881 – San Juan, Puerto Rico, 1958) a aquellos que todavía no hayan leído nada de su poesía conlleva dos grandes riesgos. El primero de ellos es que ante un autor tan sumamente prolífico, incluso una antología tan reductora de su vasta obra como es ésta de Vicente Gaos puede avasallarnos con un caudal poético tan desbordante que los árboles no nos dejen ver el bosque. Vamos, que al querer leerlos todos detalladamente para entenderlos bien, cuando llevemos veinte poemas estemos ya saturados y nos suene todo a lo mismo. El segundo riesgo es que la mayoría de la gente suele leer poesía esperando encontrar siempre el tema del amor. Para muchos poesía es sinónimo de amor, pero desde luego no es así para Juan Ramón, ya que de lo que menos habla en su poesía es del amor. Con lo cual también más de un lector despistado puede llevarse de primeras una desilusión con esta antología. Y es que, en mi opinión, la manera más adecuada de acercarse a esta antología poética (y probablemente a cualquier libro de poemas) es comenzar a leer sus poemas uno detrás de otro sin detenerse mucho hasta que algún poema en concreto sea el que llame tu atención, el que te diga algo más fuerte y claro que los demás, el que parezca que esté escrito para ti solo. Entonces sí, recréate, deléitate, analízalo del derecho y del revés, y hasta memorízalo si te apetece… Y luego sigue leyendo poemas del libro hasta encontrar otro que te produzca el mismo efecto. Al menos así me he acercado yo a esta Antología poética y he conseguido disfrutarla a pesar de tratarse de una poesía tan densa e intelectualizada como la de Juan Ramón. O tal vez sea que soy más de poemas sueltos que de libros enteros de poemas. Lo cierto es que esta última lectura que he hecho de esta antología me ha recordado poemas maravillosos que ni siquiera sabía que conocía como "El viaje definitivo", con su maravilloso inicio:
…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
A la vez que me ha descubierto otros nuevos como "Soledad", con el que el poeta se dirige al mar en estos términos:
En ti estás todo, mar, y sin embargo,
¡qué sin ti estás, qué solo,
qué lejos, siempre, de ti mismo!
O el maravilloso "Cielo", con ese díptico final tan representativo de la obsesión de Juan Ramón por el valor de las palabras:
Hoy te he mirado lentamente,
y te has ido elevando hasta tu nombre.
Aunque tal vez no haya otros tan representativos de su autor como el que empieza:
Yo no soy yo.
Soy éste
que va a mi lado sin yo verlo;
Y mi favorito, sin duda, el que empieza con la famosísima exclamación:
¡Intelijencia, dame
el nombre exacto de las cosas!
Juan Ramón Jiménez