Últimamente tenemos muy abandonado en esta sección el género teatral, y hoy vamos a subsanar este lapsus recurriendo a una obra que casi no necesita presentación, ya que se trata de una de las obras más populares del teatro español de todos los tiempos: el clásico de Federico García Lorca Bodas de sangre.
Precisamente por ser su argumento tan conocido creemos no desvelar nada si contamos que en Bodas de sangre encontramos a una pareja de jóvenes el Novio y la Novia que se van a casar en un pueblo de la Andalucía rural de comienzos del siglo XX. Pero durante la celebración del banquete de bodas la novia se fuga con un antiguo novio, Leonardo, al que en realidad no ha olvidado. En ese momento el novio, instigado por su propia madre, se lanza tras ellos para limpiar su mancillado honor con la sangre del ofensor, Leonardo…
Bodas de sangre fue la pieza con la que Lorca por primera vez llamó realmente la atención de crítica y público, y no sólo a nivel nacional. Y es que en esta obra, posterior a su experiencia en La Barraca, se percibe perfectamente la asimilación tan maravillosa que Lorca hizo de los grandes autores del teatro clásico español que había ido representando con la famosa compañía ambulante. Como es bien sabido Lorca se basó en una noticia que había encontrado en la sección de sucesos de un periódico. Pero como sucede siempre con los genios, el gran mérito del dramaturgo granadino está en haber sido capaz de intuir las inmensas posibilidades dramáticas de ese material donde los demás solo habían visto una simple noticia más.
La inigualable capacidad del autor para ir generando una tensión que al comienzo de la obra está latente por culpa de una herida del pasado que se cerró en falso, y que poco a poco va aumentando hasta estallar y desencadenar la tragedia, y la maravillosa utilización de la simbología (la mendiga, los cuchillos… etc), y más concretamente de la simbología de los colores (el rojo de la sangre, el negro del luto…etc.) no ha encontrado parangón en ningún autor teatral español hasta hoy día.
Federico García Lorca