A lo largo de la historia de la literatura ha habido unos pocos escritores capaces de crear un personaje tan redondo y a la vez tan representativo de un determinado arquetipo humano que el nombre de ese personaje ha pasado a designar en la lengua a todas esas personas que encajan en ese arquetipo. Así decimos por ejemplo que alguien ejerce de celestina, o que es un auténtico donjuán, o que su comportamiento es quijotesco o incluso que una jovencita es una lolita. Esta última aportación, que es además la más reciente, se la debemos al escritor ruso (nacionalizado después estadounidense) Vladimir Nabokov (1899-1977).
Y es que cuando en 1955 publicó su novela Lolita, poco podía sospechar probablemente Nabokov que el nombre de su novela iba a pasar a describir a esas jovencitas capaces de despertar una atracción morbosa en hombres mucho mayores, y lo que es más específico, capaces de utilizar ese poder para manipularlos a su antojo, que es lo que hace Lolita en la novela con el coprotagonista y narrador, el profesor Humbert Humbert. Y digo que probablemente poco podía sospecharlo Nabokov porque en la novela el propio protagonista inventa un término específico para designar a este tipo de jovencitas: el de nínfulas (en la traducción española). Sin embargo hizo mucho más fortuna directamente el nombre de su protagonista. Nada mal para alguien acusado por sus detractores de ser un esteta que prestaba demasiada atención al lenguaje y al detalle antes que al desarrollo de los personajes.
De todas formas hay que reconocer que la acusación no es infundada, pues si por algo destaca la novela, aparte de por la creación de su personaje principal, es por la maestría del lenguaje que muestra Nabokov, logrando una sonoridad y unos juegos de palabras magistrales. Lástima que se pierdan hasta cierto punto en la traducción. Sin embargo, los dos párrafos iniciales de la novela siguen siendo uno de los comienzos más brillantes de la historia de la literatura:
“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado Mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta.
Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita”
Si sólo con estas palabras no os han entrado ganas de seguir leyendo, de más está que os cuente el argumento, por más que este esté plagado de amor, perversión, incesto, locura, violencia, venganza y muerte…
Vladimir Nabokov