Esta semana traemos a esta sección a un escritor que precisamente aparecía como personaje de ficción en la novela que recomendábamos la semana pasada. Se trata del gran poeta latino Catulo (87 .C. – 57 a. C.) y de su libro Poesías. Catulo no es sólo el primer gran poeta amatorio de Roma sino que en cierto sentido es el primer gran poeta amatorio de la cultura occidental, el antecedente de Petrarca, de Garcilaso o de Bécquer. Y es que estamos ante el “inventor” de la poesía como vehículo de expresión de la intimidad más subjetiva y autobiográfica, ante el primer autor que utiliza la poesía para analizar y dar una vía de escape a sus propios sentimientos, sobre todo los amatorios.
Catulo se enamoró de una mujer casada a la que en sus poemas da el nombre ficticio de Lesbia (como homenaje a Safo, la poetisa de la isla de Lesbos), pero esta mujer que en principio le correspondió, rápidamente le fue infiel con otros amantes, aunque más tarde volvió a sentir interés por él. De estos dimes y diretes entre ambos amantes surgieron toda una serie de poemas que, intercalados entre otros que el poeta dedica a otros numerosos temas (sobre todo epigramas en los que Catulo ataca, insulta o se ríe de sus enemigos), nos van mostrando las reacciones del poeta desde el éxtasis del momento del primer enamoramiento y las alabanzas a la amada, hasta los celos, el odio, la desesperanza y la renuncia definitiva al amor.
Aunque el poemario de Catulo está compuesto por ciento dieciséis poemas, evidentemente los dedicados a la relación amatoria con Lesbia son muchos menos, pero todos y cada uno de ellos son auténticas joyas, y es donde realmente está el interés del libro. Desde los números 2 y 3, dedicados al pajarito de su amada, a los 5 y 7, que conforman un díptico sobre el tema de los besos que se dan los amantes con aquellos famosos versos:
Dame mil besos, después cien,
luego otros mil, luego otros cien,
después hasta dos mil, después otra vez cien;
luego, cuando lleguemos a muchos miles,
perderemos la cuenta para ignorarla
y para que ningún malvado pueda dañarnos
cuando se entere del total de nuestros besos.
O el 8 y el 11 de renuncia al amor y ruptura con la amada respectivamente. El famoso poema 51 que sigue paso por paso el poema 31 de Safo que describe los síntomas del amor, hasta apartarse de su modelo en la última estrofa para hacer esa brillante advertencia contra el ocio, que nunca trae nada bueno para el enamorado. Los poemas 70, 72 y 109 dedicados al tema del juramento o pacto de amor y fidelidad entre los amantes que, a diferencia de su amada, el poeta sí ha respetado. E incluso el poema 92 que recuerda mucho a otro parecido de Bécquer:
Lesbia me critica continuamente y nunca deja de
hablar de mí. Que me muera, si Lesbia no me quiere.
¿Cómo lo sé? Porque a mí me ocurre otro tanto; la maldigo
Continuamente, pero que me muera si no la quiero.
Aunque para mí, sin duda, los más brillantes son los dedicados a mostrar el estado de zozobra que inunda al poeta por los sentimiento contradictorios que tiene hacia su amada, el 76 que describe por extenso esa lucha interior entre razón y deseo y muy especialmente el famoso poema 85 que condensa a la perfección en apenas dos versos la esencia del amor no correspondido:
Odio y amo ¿por qué es así, me preguntas?
No lo sé, pero siento que es así y me atormento.
Catulo