Fundido en negro tiene la estética de películas como Gattaca o Sincity, una realidad que se desarrolla en la penumbra, aún cuando el sol brilla en lo más alto. Los cortes sesgados del entramado argumental zigzaguean y se deslizan unos sobre otros para desembocar en un final escalofriante, sorprendente pero, al fin y al cabo, lógico.
El ánimo del lector queda pendiente de un hilo a cada página, constantemente pendiente de los acontecimientos que por su crudeza y su desgarrado magnetismo rayan en el realismo sucio. Personajes temerosos del submundo de la soledad a la que se han ganado a pulso pertenecer. Pero, a pesar de lo pesimista del planteamiento en su aparente todo, una delicada flor de gran fuerza brotará entre el ostracismo sentimental que exuda la ciudad.
Dominando el lenguaje en todas sus manifestaciones pero dándonoslo digerido, Germán Temprano nos regala una prosa en Fundido en negro que merece ser leída en lo más íntimo de nuestros hogares.
Escritor y periodista o, quizás, periodista y escritor. «En mi caso siempre digo que para ser periodista me pongo el mono y para escribir novelas el chaqué. García Márquez definió el periodismo en un artículo como “el mejor oficio del mundo”. No sé si será el mejor pero yo no lo cambiaría por ninguno». Un escritor del Sur que vive en el Centro y nació en el Norte. Así se define Germán Temprano, que «las musas me pillen trabajando».
Sus lecturas trasnochan con la novela negra americana (Lehane, Price, Pelekanos), al más puro estilo de las series con esencia y decencia —The wire—. Pero sus lecturas favoritas siguen siendo los clásicos como Crimen y castigo, Madame Bovary, Rojo y negro y Ana Karerina.
Afirma que su autor preferido es Lobo Antunes, voz única y absolutamente reconocible porque su literatura tiene que ver mucho con la música, con el sonido de las palabras cuando se hilvanan como una perfecta sinfonía.